La imaginación es un caballo desbocado que ansía libertad. Resulta absurdo querer poner límites y fronteras al espíritu creador. Sería como pretender contener el universo dentro de una jaula de cristal. Cuanto mayor sea nuestra imaginación, mayores serán nuestros sueños e ideales a los que poder aferrarnos cuando todo se oscurezca, porque en el transcurso de nuestras vidas habremos de atravesar momentos de oscuridad, eso sin duda. Tener ilusión se traduce en tener pensamiento crítico y no aceptar la realidad tal y como es sino imaginarla de la mejor manera que podría existir. Al fin y al cabo eso debería ser el motor principal del ser humano, ¿no?: un horizonte lejano de mejora y superación personal. Por esa razón, a lo largo de la historia han sido numerosos los sistemas totalitarios que han decidido erradicar (con escaso éxito) la imaginación temiendo que sus ciudadanos se cuestionasen la realidad. Y, ante esto, uno puede preguntarse: ¿Cómo se suprime esta poderosa facultad? ¿Es posible acaso su eliminación? La respuesta es, afortunadamente, negativa. Sin embargo, existen muchas y diversas maneras de atenuar la capacidad creadora y de conocimiento. Por ejemplo mediante la censura y la quema de libros, tal y como sucede en el capítulo del escrutinio de la biblioteca de Don Quijote; en la obra distópica Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, que fue llevada al cine por François Truffaut en 1966, y que este año ha sido adaptada de nuevo por Ramin Barhani para la cadena HBO, por cierto, con bastantes malas críticas (en mi opinión algo injustificadas); o en La ladrona de libros (2005) de Markus Zusak, cuya acción se desarrolla en un pueblo alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo, y como curiosidad, recientemente descubrí la delirante trilogía de Imaginationland (2007) que integra la undécima temporada de la irreverente South Park (1997-) creada por Trey Parker y Matt Stone. En ella, los protagonistas han de enfrentarse a un grupo de terroristas que pretenden acabar con Imaginolandia, la tierra donde residen todas las criaturas inventadas por el ser humano: leprechauns, faunos, dragones, unicornios, Ronald McDonald, Rapunzel, etc. Otro caso igualmente llamativo es el de la obra teatral Crimen y telón (2017) de la compañía Ron Lalá. En esta brillante pieza, ambientada en un futuro distópico en el que el Glorioso Gobierno Global ha ilegalizado cualquier tipo de manifestación artística, el detective Noir, exversoadicto, debe investigar la muerte del Teatro. En cierto momento, el protagonista clama lo siguiente: «Las artes nos daban sentido. La Poesía nos hacía humanos.» El arte constituye, en definitiva, el recipiente y depositario de una parte esencial de nuestra humanidad, sin la cual estaríamos perdidos.
Resulta de vital importancia mantener intactos nuestros sueños e ideales y no olvidarlos, pues tal y como le advierte el lobo Gmork a Bastián Baltasar Bux en la popular aunque mal envejecida adaptación cinematográfica que realizó Wolfan Petersen en los años 80 del clásico de Michael Ende, La historia interminable (1979): «[…] los hombres han empezado a perder sus esperanzas y a olvidar sus sueños. Por eso la Nada avanza cada día más.»
No quisiera concluir sin añadir algo que, aunque sé que puede sonar a topiquísimo manual de autoayuda, sinceramente, me es igual: Nunca dejes de imaginar. No importa que te llamen loco. Mejor ser un loco soñador que un loco abúlico y sin ilusión. Recuerda que sin esperanza perdemos nuestra esencia (como le sucedió a Alonso Quijano al final de sus días), hasta terminar convertidos en uno de esos gélidos ladrones del tiempo de los que hablaba Ende en Momo (1973), criaturas grises y anodinas, retratadas también por Kafka o Melville en alguno de sus relatos, historias cuyos protagonistas despertaron un día de su letargo y decidieron plantarle cara al sistema burocrático (del que eran víctimas) con la intención de mejorarlo o, simplemente, de denunciarlo. Seamos, por tanto, un poco Don Quijotes, un poco señores Hulots (personaje del clásico Mi tío de Jacques Tati), un poco Bartlebys (protagonista del cuento homónimo de Melville que una mañana decide rebelarse eligiendo la inacción y la desobediencia como medida contra la absurda burocracia que rige el mundo) y no olvidemos nunca al Principito, al Peter Pan o a la Momo que residen en nuestro corazón, por mucho que la sociedad parezca empeñada en hacernos olvidarlos.
[…] para vencer nuestros miedos porque, aunque los adultos nos empeñemos en olvidar a ese Principito del que hablaba Saint-Exupéry o James M. Barrie en Peter Pan, es en el reino de la infancia donde […]
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[…] Y es que, en una situación límite, ¿dónde quedan esos ideales que defendía aquel “loco” caballero? ¿dónde queda ayudar al prójimo cuando es a ti al que le falta la comida? En un mundo sin […]
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[…] cabe duda de que la película pasará a integrar la lista inabarcable de obras protagonizadas por seres quijotescos que terminan creando otra realidad fantástica y alternativa como vía de escape de la monótona, […]
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[…] fuelle en su tramo final, se trata de una obra destacada y original que guarda puntos en común con Don Quijote o la serie Undone (2019) creada por Bob-Waksberg y Purdy en cuanto al enfoque de los trastornos […]
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