¿Para cuándo una educación emocional/sentimental?

Como ya se sabe, en Secundaria hay asignaturas de Lengua y Literatura, de Matemáticas, de Física y Química, de Historia, de Economía, de Inglés, de Educación Física, de Religión, de Filosofía… Dicen que son necesarias e imprescindibles para formar ciudadanos, pero muy rara vez se habla una sola palabra de una educación emocional/sentimental (y sí, digo sentimental también porque resulta paradójico que viviendo en una era hipertrofiada de sentimientos, no se haga mención a estos, que guían las conductas y decisiones de todos nosotros, además de la razón ilustrada). Se espera que, como lleva sucediendo durante siglos, las nuevas generaciones se lancen a la piscina de las relaciones sexo afectivas con los referentes literarios, cinematográficos y pornográficos que pululan por ahí. Y así les va. ¡Qué narices! Así nos va a los adultos también. Como a Don Quijote. Nos pegamos unas tortas con la realidad que ni te imaginas (bueno, seguro que sí que te imaginas). Muchos dicen que se aprende a fuerza de golpes, como siempre se ha hecho, que esto que comento es una soberana estupidez que aparta la vista de cuestiones verdaderamente importantes como la sintaxis, la lectura de los clásicos, las ecuaciones y otras cosas. Vamos a ver, quién ha dicho que dedicar una asignatura específica a abordar esto de las emociones deba ir en detrimento de impartir lo que se venía impartiendo hasta ahora, sobre todo, en asignaturas como la Lengua, y hablo desde mi experiencia, donde se repiten contenidos (o saberes básicos (según la nueva terminología de la LOMLOE)) en un ciclo sin fin que más que al de la canción de El rey león se asemeja por desgracia al suplicio de Sísifo, obligado a cargar con la misma roca a sus espaldas una y otra vez. Lo mismo podría decirse del cine, aunque no es el propósito de este artículo. Teniendo el cine el innegable impacto que tiene en la sociedad, ¿para cuándo una asignatura obligatoria de cine que ayude a los adolescentes a encontrar orden y calidad en la sabresaturación a la que nos someten las plataformas de streaming, a pesar de sus múltiples ventajas. Volviendo al «polémico» tema de los sentimientos/emociones, muchos adultos vanalizan los devastadores efectos del bullying o de un desengaño y su manifestación externa a través de las emociones, ignorando tal vez que estas emociones pueden afectar, y de hecho lo hacen, a la salud mental, algo de lo que últimamente se habla mucho, pero en lo que, por lo general, se invierte poco dinero. Resulta paradójico que en un mundo de adultos analfabetos desde el punto de vista emocional/sentimental que no saben cómo comportarse entre ellos, yo me ponga a exigir una asignatura para los más jóvenes. Posiblemente sea para evitarles repetir los mismos errores del pasado, para que se hagan responsables de sus emociones/sentimientos, para que sepan gestionarlos. Posiblemente no se llegue a solucionar del todo el tema de la violencia de género con esta medida que propongo, aunque tengo el ligero convencimiento (no sé si pecando de simpleza) de que algo ayudaría a erradicarlo si hubiera una asignatura específica, y de existir tal materia, se necesitarían sobre todo psicólogos en los centros de enseñanza para impartirla. O simplemente gente preparada. Vivimos en la era de las emociones y los sentimientos, la era de «lo hice porque era lo que sentía» (no hay más que echar un vistazo a las excusas de los «enamorados» de La isla de las tentaciones, por poner solo un ejemplo), pero no tenemos ni puñetera idea de emociones, somos analfabetos emocionales, que no razonan lo que hacen y se dejan arrastrar por sus impulsos más primarios. Pongamos algo de orden a ese desconcierto al que nos abocan los nuevos tiempos y que, tampoco nos queremos engañar, siempre ha sucedido. Pero precisamente por esto último seamos conscientes y generosos en querer que las nuevas generaciones posean una alfabetización emocional/sentimental, aun a pesar de que nosotros hayamos aprendido a fuerza de golpes.

Relatividad del tiempo

Joan Brossa. Kembo, 1988.

Son las 5:00 y las 4:00 también… y las 9:00 y las 10:00, sin un aquí, sin un ahora. Todas las horas confluyen en un mismo momento cuando existen y el que dice que son las 5:00 tiene tanta razón como aquellos que dicen que son las 4:00, las 9:00 o las 10:00, que es de día, pero también de noche o que es invierno, pero al mismo tiempo verano. Se rompió la unidad de la verdad en múltiples grietas que contienen su parte de razón. Son las 5:00 y las 4:00 también… y las 9:00 y las 10:00. Es de día y es de noche. Es invierno y es verano. Son todas las horas y todas las estaciones del universo a la vez y nunca antes me había percatado hasta esta madrugada de insomnio, tan generosa en motivar esta insulsa reflexión. Es una verdad que se da a menudo por supuesta cuando oyes la radio y dicen : «Son las 5:00, las 4:00 en Canarias». 5 y 4 al mismo tiempo sin que nunca antes me lo hubiera cuestionado. Qué paradoja, ¿no? Madrugada sin sueño, madrugada de «obverdades».

«Patria»: una serie a la altura del libro

Cartel promocional de la serie en la madrileña plaza de Callao.

Que Patria (2016) de Fernando Aramburu es una de las mejores novelas españolas de los últimos tiempos es un hecho indiscutible por diversos motivos: en primer lugar, una prosa brillante y dinámica a base de oraciones y capítulos breves que hacen que la narración fluya de manera natural; en segundo lugar, el profundo conocimiento del alma humana que su autor demuestra tener al presentarnos la vida de diversos personajes, víctimas todos ellos del fanatismo ideológico.
Tal y como sucede en las novelas de Galdós, Aramburu nos presenta un mosaico de historias interconectadas (las de los miembros de dos familias enfrentadas) para conocer esa Historia (muchas veces tan fría e impersonal) que suele aparecer retratada en los libros de texto. Y es que, en ocasiones, la intrahistoria constituye la mejor manera de acercarse a la Historia, en este caso a los episodios concernientes al conflicto vasco, tema que, aprovechando el tirón del libro y la serie, nos ha regalado durante el confinamiento La línea invisible, creada por Mariano Barroso y disponible en Movistar+, sobre los asesinatos del guardia civil José Antonio Pardines y el inspector Melitón Manzanas (Antonio de la Torre) en el verano de 1968, episodios que marcaron un punto de inflexión en el devenir de la banda terrorista ETA al suponer el inicio de la lucha armada.
Volviendo con Aramburu, parecía improbable que la adaptación televisiva lograse estar a la altura de una obra que ha supuesto un hito dentro de nuestras letras y, aun así, Aitor Gabilondo (su creador) lo ha conseguido al haber sabido convertir en imágenes y con un elenco inmejorable ese drama poblado de personas que sufren, aman, odian y también perdonan, aunque a veces pueda parecer imposible una reconciliación.

«Tenet»: cuando Bond y «Casablanca» conocieron los viajes en el tiempo

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«Segundas partes nunca fueron buenas» es una sentencia que no siempre se cumple. Y ahí está Christopher Nolan para demostrarlo como ya hizo en su Trilogía del Caballero Oscuro, donde reinventó en clave realista y trágico-existencialista al icónico personaje de DC, sentando las bases de su personal estilo (visual, sonoro y narrativo).
En Tenet, el británico se rodea de un atractivo elenco de estrellas para contar una historia «clásica» de espías salpicada de viajes en el tiempo.

En su trama de espionaje resulta inevitable no pensar en 007. Ahí está el agente protagonista (John David Washington, hijo de Denzel Washington) que debe poner sus habilidades al servicio de Priya (Dimple Kapadia), una especie de M, para enfrentarse a un malo malísimo (encarnado por un soberbio y aterrador Kenneth Branagh) y evitar así la Tercera Guerra Mundial. En su camino no estará solo y contará con la ayuda de otro agente llamado Neil (Robert Pattinson) y de Kat, una elegantísima Elisabeth Debicki como femme fatale, actriz a la que muchos de nosotros descubrimos en 2013 en la excelente, excesiva y deslumbrante El Gran Gatsby de Baz Luhrman. Hablaba de la creación de Ian Flemming como referencia incuestionable, pero tampoco sería descabellado mencionar Casablanca e incluso Gilda en cuanto al conflicto personal que vive el protagonista. Y es que, más allá de la guerra que se pretende evitar o de todas esas persecuciones que cortan el aliento, Tenet no deja de ser una historia de amor «imposible» regida por los códigos del cine negro, con todo lo que ello implica. Eso en cuanto a la acción de espías, aunque si hablamos de viajes y paradojas temporales, son innumerables los ejemplos que nos vienen a la cabeza: La jetée, Regreso al futuroTerminator, El efecto mariposa, 12 monos, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, Looper, Al filo del mañana, Los cronocrímenes o Durante la tormenta.

¿Quiere esto decir que Tenet carezca de originalidad? En absoluto, pero tampoco es la novedosa historia que nos han querido vender. Y, sin embargo, ¿qué es lo que hace que nos parezca que sí lo es y que esta cinta se sitúe entre los mejores trabajos de Nolan y, por qué no decirlo, entre los grandes estrenos de este año? De hecho, no podría haber sido mejor el regreso a los salas tras el cierre al que obligó la dichosa pandemia —también añadiré y contradiciendo a algunos de mis compañeros que tampoco he echado demasiado de menos el ir al cine (lo que más, el olor a palomitas mezclado con ambientador) pues el confinamiento me ha permitido descubrir algunos clásicos que tenía pendientes en esa vorágine de estrenos incesantes, sobre todo, en lo que a las grandes plataformas de streaming se refiere. Nada nuevo hay bajo el sol y lo que hace de Nolan un director que, pese a enmarcarse en el blockbuster más comercial, no pierde su sello característico (al igual que les sucede a Fincher, Spielberg o Snyder) se debe al hecho de revestir todas sus historias con una «trascendencia» grandilocuente que queda reflejada tanto en los diálogos (a veces no llegamos ni siquiera a comprender del todo aquello de lo que hablan los personajes) como en la espléndida fotografía y en la banda sonora. Lo que podría verse como una cierta pedantería y afectación de estilo, se le perdona a un creador que no renuncia (salvo en la sobrevalorada y lenta Dunkerque) a su objetivo de entretener (para mí el fundamental de cualquier película que se precie (pese a ciera clase de esnobismo que se encarga de percibir y denunciar el entretenimiento como algo que reduce la calidad de un libro o una película). Al final, Tenet termina siendo una montaña rusa de emociones que te mantienen pegado a la butaca desde el primero hasta el último fotograma.