
En bastantes narraciones literarias y cinematográficas aparecen personajes que deben realizar grandes viajes para encontrarse a sí mismos. Rara vez se cuenta que para hallarte no tienes que marcharte a la otra punta del mundo, amén de que para viajar, aunque parezca que no, se necesita dinero y no está la economía muy boyante que digamos, por mucho que en redes sociales veamos y expresemos lo contrario.
En La virgen de agosto, Jonás Trueba nos presenta a Eva (Itsaso Arana), una chica de treinta y tres años que decide pasar las vacaciones de verano en Madrid para intentar superar una ruptura sentimental de la que nunca se llega a hablar explícitamente. Uno de los rasgos que caracterizan esta admirable ficción es la mimesis o imitación de la cotidianidad, sustentada en la naturalidad de una insuperable Itsaso Arana y en un maravilloso elenco de secundarios (Isabelle Stoffel, Joe Manjón, Mikele Urroz, Vito Sanz, etc. ), elementos que logran situar a su director en la misma línea que otros cineastas como José Luis Guerín (En la ciudad de Sylvia y La academia de las musas), Abdelatif Kechiche (La vida de Adele), Andrew Haigh (Weekend), Mia Hansen-Løve (Un amour de jeneusse), Olivier Ducastel y Jacques Martineu (Theo y Hugo, París 5:59), Richard Linklater (Antes de… y Boyhood), Matías Bize (En la cama y La vida de los peces), Carla Simón (Verano 1993), Carlos Marques Marcet (10000 KM), Fernando Colomo (Isla bonita) Cecilia Rico Clavellino (Viaje al cuarto de una madre), Arantxa Echevarría (Carmen y Lola) o Paco León (Carmina y Kiki), entre otros muchos. Todos estos trabajos, cada uno con su propia temática, se valen de un hiperrealismo (influido notablemente por la estética de la Nouvelle vague) que huye de los estereotipos para adentrarnos en la vida de individuos «corrientes».
La película de Trueba pone además sobre la mesa asuntos como la desorientación existencial (sin tener que recurrir por ello a las drogas), la falta de expectativas o el desencanto al percibir que las promesas que nos hicieron en la escuela eran falsas en su mayoría. Y es que, concluida la etapa estudiantil, irrumpe con una fuerza insospechada la vida real, esa misma cuyos miembros, los que ya están instalados, miran con recelo y algo de compasión, según se tercie, a quienes no han encontrado todavía su lugar, especialmente cuando se llega a una determinada edad y comienza el célebre interrogatorio «Anda, ¿no trabajas todavía? ¿y no tienes pareja? ¿pero qué estás haciendo con tu vida?» ; incluso a veces sucede que esos mismos que parecen tener respuestas para todo además de un «envidiable» puesto de trabajo se encuentran tan perdidos como el que más. Si no, que se lo pregunten a los personajes de El diario de Bridget Jones de Sharon Maguire, Young adult de Jason Reitman, Un otoño sin Berlín de Lara Izagirre, Las distancias de Elena Trapé, Last Christmas de Paul Feig, Vida perfecta de Leticia Dolera o Ana de día de Andrea Jaurrieta. En el caso de esta última propuesta, que hace un guiño al film de Buñuel, Belle de jour, es interesante observar el conflicto de identidad que experimenta su protagonista, en cierta forma similar al de Eva en La virgen de agosto, solo que desde la perspectiva fantástica/metafórica del doppelgänger y es que el miedo de Ana (Ingrid García Jonsson) a tomar decisiones y asumir compromisos/responsabilidades la lleva a desdoblarse en lo que los demás esperan que sea y lo que a ella le gustaría ser. Dicho dilema a la hora de decidir, y que forma parte de la esencia misma del ser humano, ha estado presente en infinidad de obras literarias, pudiendo destacarse el caso de Tres sombreros de copa de Miguel Mihura.

Retomando el comienzo de esta reseña, existen infinitas maneras de descubrirte sin necesidad de desplazarte al otro extremo del planeta: te puedes encontrar en tu mismo pueblo o ciudad, caminando por sus calles, en una exposición, en mitad de una verbena, en una procesión, en la barra de un bar hasta las tantas, en tu casa, leyendo un libro, escribiendo, pintando, limpiando y ordenando, preparando la comida, viendo una peli, bajo el agua de la ducha, haciendo el amor, durmiendo, soñando… Te puedes encontrar de tantos modos, entre tantas aristas. Y quizá solo baste una decisión que no te atreves a tomar lo que te permita coger las riendas de tu vida para integrarte de nuevo en ese caótico ritmo del que decidiste apearte temporalmente para reflexionar.
En definitiva, La virgen de agosto es una joya rebosante de sencillez, sinceridad, delicadeza e intimismo que nos habla sobre la búsqueda de la propia identidad cuando, aparentemente, todos los demás ya saben lo que quieren. Eva deja de ser personaje para convertirse en una persona que duda, siente, disfruta, se enamora y decide en el caluroso y evocador agosto madrileño.