Amigo de los monstruos

El niño tenía miedo a la oscuridad. Temía que los monstruos pudieran infligirle algún tipo de daño.

Escuchaba crujir el parqué del pasillo y temblaba solo de pensar que aquellas presencias sin rostro ni forma definidos pudieran rozarlo. Era un temor a lo desconocido, el mismo tipo de temor que se tiene en soledad cuando estás sentado en tu escritorio ensimismado en la creación literaria y sientes a alguien por detrás, pero cuando te giras no hay nadie. Es el temor donde confluyen diferentes tipos de terrores.

Al final, incapaz de conciliar el sueño por el miedo que sufría, incapaz de soportar la tortura de otra madrugada más de insomnio, el adolescente se decidió a pactar con todas aquellas criaturas de las sombras, con todos esas bestias del celuloide que le habían aterrorizado en las noches de su infancia: Freddy, Jason, Pennywise, Alien…

Creó un ejército de monstruos para enfrentarse a la amenaza sin nombre, a ese temor impronunciable que apenas era capaz de vislumbrar y solo así descubrió que era más fácil vencer al propio miedo, pues también los monstruos poseen su pasado y el poder que acumulan solo reside en el miedo que generan, en el propio poder que les otorgamos al temerles o en el hecho de hacerles creer que podrán contra nosotros. El adolescente se convirtió, de esta manera y sin haberlo previsto, en el inseparable amigo de los monstruos.

3 comentarios en “Amigo de los monstruos”

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