«Patria»: una serie a la altura del libro

Cartel promocional de la serie en la madrileña plaza de Callao.

Que Patria (2016) de Fernando Aramburu es una de las mejores novelas españolas de los últimos tiempos es un hecho indiscutible por diversos motivos: en primer lugar, una prosa brillante y dinámica a base de oraciones y capítulos breves que hacen que la narración fluya de manera natural; en segundo lugar, el profundo conocimiento del alma humana que su autor demuestra tener al presentarnos la vida de diversos personajes, víctimas todos ellos del fanatismo ideológico.
Tal y como sucede en las novelas de Galdós, Aramburu nos presenta un mosaico de historias interconectadas (las de los miembros de dos familias enfrentadas) para conocer esa Historia (muchas veces tan fría e impersonal) que suele aparecer retratada en los libros de texto. Y es que, en ocasiones, la intrahistoria constituye la mejor manera de acercarse a la Historia, en este caso a los episodios concernientes al conflicto vasco, tema que, aprovechando el tirón del libro y la serie, nos ha regalado durante el confinamiento La línea invisible, creada por Mariano Barroso y disponible en Movistar+, sobre los asesinatos del guardia civil José Antonio Pardines y el inspector Melitón Manzanas (Antonio de la Torre) en el verano de 1968, episodios que marcaron un punto de inflexión en el devenir de la banda terrorista ETA al suponer el inicio de la lucha armada.
Volviendo con Aramburu, parecía improbable que la adaptación televisiva lograse estar a la altura de una obra que ha supuesto un hito dentro de nuestras letras y, aun así, Aitor Gabilondo (su creador) lo ha conseguido al haber sabido convertir en imágenes y con un elenco inmejorable ese drama poblado de personas que sufren, aman, odian y también perdonan, aunque a veces pueda parecer imposible una reconciliación.

«Diferente»: un cómic diferente

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Diferente (2019) es una propuesta de cómic interesantísima donde han participado 140 artistas. Con un guion a cargo de I.L. Escudero, el libro nos presenta a Jana, una chica cuya realidad no deja de cambiar por un trastorno/don que padece. Al final, el hecho de que cada página esté realizada por un artista diferente (con su particular estilo) funciona como un recurso metaficcional que ayuda al desarrollo de la trama para conocer la psicología de la protagonista.

Aunque la historia se desinfle y pierda fuelle en su tramo final, se trata de una obra destacada y original que guarda puntos en común con Don Quijote o la serie Undone (2019) creada por Bob-Waksberg y Purdy en cuanto al enfoque de los trastornos mentales. Y es que, ¿qué pasaría si la realidad que ven los «enfermos» mentales fuese la auténtica?

«Lo que más me gusta son los monstruos»: un bildungsroman pulp

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Uno de los últimos fenómenos dentro del mundo del cómic ha sido Lo que más me gusta son los monstruos (2017) de Emil Ferris. Realizada íntegramente con boli Bic, esta novela gráfica (de la que queda por salir su segunda parte) se ambienta en Chicago durante la década de los 60. Karen Reyes, la protagonista de esta peculiar historia, es una niña empeñada en resolver el misterio que envuelve al asesinato de su vecina, la bella y enigmática Anka Silverberg, superviviente judía de la Alemania nazi.

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La investigación llevará a Karen a conocer la traumática infancia de su vecina al mismo tiempo que tendrá que lidiar con el bullying, su orientación sexual, la relación con su hermano o la enfermedad de su madre. El libro no escatima los detalles más escabrosos, pero todo ello aparece tamizado desde la visión infantil al igual que sucedía en la novela El niño con el pijama de rayas de John Boyne o en la película Jojo Rabbit de Taika Waititi.

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Con un estilo que homenajea las publicaciones pulp y las películas de terror de serie B, la obra nos enseña, como ya han hecho antes Stephen King (It) o Guillermo del Toro (La forma del agua), que los peores monstruos suelen ser los humanos y que a veces los monstruos (vampiros, licántropos, etc) son solamente seres incomprendidos que, al igual que Karen o Anka, buscan su lugar en el mundo.

«The fade out»: Hollywood y la fábrica de los sueños rotos

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The fade out (2014-2016) de Ed Brubaker y Sean Philips es posiblemente uno de los mejores cómics que he leído en mi vida junto con Tintín, Maus, Persépolis y Murena. Con claras reminiscencias de la novela negra de James Elroy (La dalia negra), la historia nos sumerge en el Hollywood de 1948, un Hollywood de sombras donde no es oro todo lo que reluce. Allí conoceremos a Charlie Parish, un guionista en horas bajas de una película cuya actriz principal, Valeria Sommers, ha sido asesinada. A partir de ahí, el protagonista tratará de descubrir la verdad sacando a la luz los trapos sucios de la fábrica de los sueños. Quien haya disfrutado de la serie Hollywood de Ryan Murphy, disfrutará también con este acercamiento a la sordidez de una industria empeñada en ocultar las miserias de sus estrellas, en el fondo juguetes rotos que sufrieron abusos y las terribles secuelas de la guerra o la caza de brujas del senador McCarthy. Ante esto, muchos se refugiaron en el alcohol o en el sexo; otros, en ambos.

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En una época demasiado cansada de sufrir desgracias, el público prefería ver la vida falseada y «arreglada» de sus laureadas e inmaculadas estrellas. En ciertas ocasiones es, como si el mundo prefiriese vivir engañado  dentro de una descomunal mentira, sobre todo cuando la verdad es demasiado insoportable o cuando esta no se adapta a lo que ellos habían imaginado que tenía que ser.

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Teatro comprometido y entretenido

Hoy os traigo la primera parte de un fin de semana rico en cultura y reflexiones. Este post tiene que ver con la crítica teatral de dos propuestas inmejorables que combinan entretenimiento y compromiso social.

Solitudes: la soledad en la tercera edad

El viernes pude disfrutar en el Teatro Quijano de Ciudad Real de Solitudes, pieza de máscaras dirigida por Iñaki Rikarte que se alzó en 2018 con el Premio Max a mejor espectáculo de teatro. La obra se sirve del drama y el humor para ahondar en esa soledad a la que a menudo se condena a nuestros mayores cuando dejan de ser útiles, recordando por momentos a la novela gráfica Arrugas de Paco Roca (2007) que fue llevada al cine en 2011 por Ignacio Ferreras. Dentro del aislamiento que vive el protagonista a raíz de la muerte de su esposa, los recuerdos que conserva junto a ella se convierten en su particular y única forma de evasión. El anciano contará además con las visitas de su hijo y de su pasota nieta adolescente. Sin embargo, la incomunicación que hay entre ellos le llevará  buscar la amistad en una mosca que revolotea en la cocina o en una aspirante a prostituta que vive sometida por un chulo despiadado. El espectáculo prescinde de cualquier palabra y basa toda su potencia en el lenguaje no verbal, fundamentalmente en la música, las coreografías y la expresividad de las geniales máscaras diseñadas por Garbiñe Insausti.

#Malditos 16: la adolescencia herida


Por otro lado, el sábado tuve la doble suerte de asistir a la representación de #Malditos 16 de Coart+e Producciones dirigida por Quino Falero a partir del texto de Nando López y al posterior coloquio con el autor y los actores en el Teatro Galileo de Madrid.

Con un planteamiento que podría remitirnos a El club de los cinco (1985) de John Hughes, el drama de Nando aborda un tema delicado a la par que silenciado como el suicidio adolescente, que, no hay que olvidar, sigue siendo la segunda causa de muerte en personas con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años según los datos proporcionados por la OMS. Partiendo de una minuciosa documentación (a base de entrevistas a supervivientes, familiares de las víctimas, psicólogos y psiquiatras), la pieza contiene elementos que la acercan a la ficción documental, técnica empleada en el montaje que vi hace unos meses de Jauría, la premiada obra con texto de Jordi Casanovas dirigida por Miguel del Arco, que reconstruye el mediático caso de la Manada a partir de la sentencia judicial y la transcripción de los testimonios obtenidos de la víctima y los acusados.

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Volviendo con #Malditos 16, la historia nos sirve para conocer el drama de Ali (Andrea Dueso), Dylan (Juan de Vera), Naima (Paula Muñoz) y Rober (Guillermo de los Santos), cuatro jóvenes que intentaron suicidarse. La obra se inicia cuando el equipo médico del hospital donde permanecieron ingresados, formado por Sergio (David Tortosa) y Violeta (Rocío Vidal), les ofrece participar en un taller para ayudar a adolescentes en su misma situación, lo cual les llevará a reabrir heridas y a reencontrarse con todos esos fantasmas del pasado que creían olvidados. El texto pretende evidenciar además un problema en absoluto desdeñable como es la falta de recursos que sufren algunos centros educativos pues, como decía el propio autor durante su intervención, es inconcebible, por ejemplo, que haya un solo orientador para mil alumnos. 

Y, si hablamos de suicidio adolescente, no podemos evitar enlazar con Por trece razones. Sin embargo, en palabras de Nando, lo que más diferencia su propuesta de la popular serie de Netflix es que en su obra nunca se llega a exhibir la violencia de forma explícita y, lo que es más importante, no se presenta el suicidio como una victoria sobre los agresores. En este sentido, el principal riesgo que corre la ficción creada por Brian Yorkey radica en mostrarnos a la víctima interactuando con el protagonista incluso cuando ella ya ha fallecido, lo cual puede llevar a una «idealización» de esa conducta por parte de algunos adolescentes, pero la triste realidad es que aquel que cumple su propósito no vuelve para contarlo. El suicidio no es un acto valiente o cobarde; es simplemente un acto multicausal, aclaró el escritor.

Ante realidades dolorosas como la depresión, el suicidio, el racismo, la homofobia, la transfobia, etc., la solución no consiste en ocultarlas o negarlas sino en abordarlas de frente para tomar conciencia de ellas y poder prevenirlas buscando soluciones constructivas al respecto. En una era digital de seres perfectos que vive a golpe de like, donde ir al psicólogo poco a poco deja de estar cada vez menos estigmatizado, la sociedad necesita más propuestas valientes como estas.

Aunque las dos obras que os he traído sean bastante diferentes tanto en apuesta formal como en contenido, ambas coinciden en ese compromiso social con los más vulnerables. Y es que la buena literatura, lejos de ser un panfleto, combina entretenimiento y reflexión.

«Si esto es un hombre»: cuando el Infierno fue real

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LEVI, Primo (1987): Si esto es un hombre. Traducción del italiano de Pilar Gómez Bedate. Barcelona: Muchnick Editores.
Si esto es un hombre (1947) del italiano Primo Levi (1919-1987) constituye una obra de una importancia decisiva en la literatura testimonial sobre los campos de exterminio nazis junto con otros libros como El hombre en busca de sentido (1946) de Victor Frankl o El diario de Ana Frank (1947) entre otros. Se trata del primer libro de una trilogía formada por La tregua (1962) y Los hundidos y los salvados (1986). Al igual que otras obras que han abordado el mismo tema, no deja indiferente a nadie. A lo largo del libro, el autor se vale de un tono que intenta ser lo más objetivo posible con el fin de no ser él el que juzgue los acontecimientos narrados sino el propio lector.  El libro surge como una necesidad por parte de Levi de liberar su alma atormentada de ese horror contenido y silenciado.
Primo Levi fue capturado por la milicia fascista en 1943 cuando apenas tenía veintitrés años y fue llevado a un campo de concentración en Fossoli (cerca de Módena). Desde allí sería trasladado a Auschwitz poco tiempo después. El viaje en tren, que duró cuatro días, fue percibido por Levi como un descenso a los infiernos, similar al de Dante en la primera parte de La Divina Comedia. De esta manera, se establece un diálogo intertextual entre ambos libros, un diálogo que se mantiene, de una u otra manera, a lo largo de toda la obra ya que el Lager (campo de concentración) supuso una actualización de los horrores contemplados por Dante en el Infierno. Ese viaje, en el que los prisioneros eran transportados como cabeza de ganado, constituyó el primer paso en el proceso deshumanizador al que se vieron sometidos estos. Una vez que llegaban a Auschwitz, las SS llevaban a cabo la selección (que en la mayoría de las ocasiones se efectuaba al azar).  Después de esa selección, en la que se decidía si se era útil para trabajar o si, por el contrario, se tenía que ir a las cámaras de gas, los que lograban superarla eran trasladados al interior del campo en un autocar. Nuevamente, a Levi le viene a la memoria la obra del poeta florentino y compara este momento con el episodio en el que el barquero Caronte transporta las almas al Infierno a través de la laguna Estigia. En cierta manera, a través de estas comparaciones, Levi confirió a su testimonio un carácter literario y artístico.

Entre las muchas adversidades a las que tuvieron que enfrentarse los prisioneros, una de ellas fue la imposibilidad de comunicarse entre sí ya que muchos de ellos procedían de diferentes zonas de Europa. Esa confusión de lenguas convertía al Lager en una suerte de torre de Babel. A pesar de todos estos problemas, hay un episodio que merece ser destacado y es el momento en el que uno de los prisioneros animó a Levi a sobrevivir con el fin de poder dejar testimonio de esa barbarie: «Precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio» (p.43). Estas palabras me traen a la memoria el “Efecto Pigmalión”, concepto que en psicología y pedagogía se utiliza para hablar de la enorme influencia que puede ejercer una persona que detenta el poder en el comportamiento de los que están en una posición de inferioridad. En los Lager, a los prisioneros se les trataba como animales tan a menudo que al final ellos mismos terminaron aceptando esa condición.
La monotonía acabó por imponerse en el día a día de los presos. Esa sensación de que todos los días eran iguales, de que no merecía la pena seguir levantándose porque ¿para qué? si realmente no iba a suceder nada que mereciese la pena, es lo que hizo que muchos prisioneros cayeran en una profunda desesperación y algunos, incluso, terminaran suicidándose. El proceso de deshumanización al que me refería anteriormente llevaba a los prisioneros a actuar como simples autómatas carentes de voluntad. Y al hablar de esto no puedo dejar de recordar la imagen con la que se inicia la célebre película Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin cuando los trabajadores se dirigen a la fábrica como un rebaño de ovejas.

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Algo que destaca Levi es cómo los kapos oprimían a los no privilegiados, demostrando muchas veces una crueldad aún mayor que los soldados nazis. Realmente, el campo de exterminio era un lugar donde terminaba por imponerse la ley del más fuerte.
A raíz de una herida en el pie, el protagonista fue enviado al ka-be (enfermería). El autor compara este lugar con el limbo ya que, después de todo, gozaba de más privilegios que en los barracones. Después de pasar veinte días allí, Levi fue trasladado a un barracón donde coincidió con un amigo, lo cual supuso un rayo de esperanza en la monotonía de aquel infierno. En la estancia en el Lager, uno de los tormentos que se repetían con mayor frecuencia era el de soñar con comida. Como el mismo Levi señala, el tormento era idéntico al que sufrían un grupo de condenados (los glotones) en el Purgatorio de Dante: es el famoso mito de Tántalo.

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En la obra, nos encontramos un capítulo titulado «Más acá del bien y del mal», que nos remite directamente a la obra de Nietzsche Más allá del bien y del mal (1886). Con esta frase, Levi alude a la amoralidad que reinaba en el Lager, donde las fronteras entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, se diluían. Ya no importaba el que algo estuviese bien o mal; importaba sobrevivir.
Hay un momento de la historia en el que el autor se pregunta, desde el momento en el que escribe, sobre si realmente han llegado a suceder esas atrocidades que está relatando. Él mismo duda de sus recuerdos: «Hoy, este verdadero hoy en el que estoy sentado a una mesa y escribo, yo mismo no estoy convencido de que estas cosas hayan sucedido de verdad.» (p. 110) De igual manera, al intentar recordar el pasado anterior al Lager, Levi siente que esos recuerdos podrían pertenecer a una encarnación anterior. Y es que, aquellos recuerdos de felicidad parecían tan lejanos en el tiempo que el mismo autor dudaba de su existencia.
Las noticias que se recibieron en el campo sobre las victorias de los aliados (el desembarco de Normandía, la ofensiva rusa, el frustrado atentado contra Hitler) levantaron la esperanza entre los prisioneros pero, al mismo tiempo, hizo que los alemanes se mostraran todavía más crueles con los presos. Los soldados encargados de controlar los campos no podían permitir que la esperanza se extendiese entre los prisioneros.  Sin embargo, como se ha podido ver en algún caso aislado mencionado antes, no todo fueron tormentos para Levi. De hecho, Lorenzo (otro prisionero) le ayudó a conservar la esperanza y le hizo darse cuenta de que, incluso en la adversidad, podía seguir habiendo esperanza y gente buena, gente que hacía que la vida siguiese mereciendo la pena. Como dice el autor: «Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre» (p.129) Este hecho nos tiene que hacer darnos cuenta de que, a pesar de que un determinado comportamiento se generalice en la sociedad, eso no debe llevarnos a actuar sin cuestionarnos si lo que hacemos está bien o mal. Lorenzo, como tantos otros supervivientes (anónimos y conocidos) constituye un ejemplo clarísimo de cómo el ser humano siempre tiene la última palabra a la hora de elegir el tipo de persona que se quiere ser, incluso en la adversidad.
En su última etapa, Levi comenzó a trabajar en un laboratorio, lo cual le permitió sobrevivir al crudo invierno. Durante su estancia allí, tuvo lugar un acontecimiento que le marcó profundamente: el levantamiento del sonderkomando (comando de prisioneros encargado del mantenimiento de las cámaras de gas) que hizo saltar por los aires un crematorio de Birkenau. Primo asistió al ahorcamiento de uno de los prisioneros que colaboraron en el levantamiento. La muerte de este hombre simbolizó para Levi el sometimiento absoluto y definitivo de los prisioneros. En cierta manera, el autor no pudo dejar de sentir cierta vergüenza por no haber sabido reaccionar ante la muerte del sublevado pero, al leer su testimonio, me surge la siguiente pregunta: ¿Qué hubiésemos hecho cualquiera de nosotros en una situación semejante?
Tras dicho acontecimiento, que minó bastante la moral de los prisioneros, y ante la proximidad de los rusos, el campo fue evacuado. Primo Levi, que había enfermado de escarlatina, se encontraba en la enfermería por lo que permaneció en el campo. Curiosamente, esto supuso su salvación ya que la casi totalidad de los prisioneros evacuados desaparecieron y nunca más se supo de ellos. Los alemanes abandonaron el campo y, con ellos, se llevaron el horror. A partir de ese momento comenzó un proceso de rehumanización de los prisioneros. Entre los enfermos comenzaron a aparecer gestos humanos que parecían haberse perdido, como el simple hecho de compartir un trozo de pan: «Fue aquel el primer gesto humano que se produjo entre nosotros. Creo que se podría fijar en aquel momento el proceso mediante el cual, nosotros, los que estábamos muertos, […] empezamos lentamente a volver a ser hombres.» (p.167) La espera del ejército ruso resultó ardua. El frío comenzaba a hacerse insoportable y los alimentos comenzaban a escasear. Finalmente, la liberación del campo llegó.
Hay un momento en la obra en el que Levi comenta que si ese sufrimiento se hubiese prolongado durante más tiempo, hubiese sido necesario crear un nuevo vocabulario para expresar el hambre, el dolor y el miedo que sintieron. De la misma manera que los místicos españoles se vieron obligados a usar metáforas para expresar lo que no se podía comunicar con palabras (la felicidad del alma al fundirse con Dios), Levi se sentía en ocasiones incapaz de expresar verbalmente el tormento que vivió.

Si bien es cierto que, en la sociedad actual, no hay nadie que desconozca el tema del genocidio, pues tanto el cine como la literatura  nos han creado una imagen de esa atroz realidad, hay que reconocer el mérito de Levi ya que cuando publicó su libro, el tema del holocausto seguía siendo algo tabú y desconocido. Su mérito, al igual que el de Victor Frankl y otros precursores en este género, radica en haber sido uno de los primeros en expresar mediante palabras el sufrimiento del genocidio. Sin su labor no serían posibles obras tan conocidas en la actualidad como El niño con el pijama de rayas (2006) de John Boyne o la genial novela gráfica Maus (1980) de Art Spiegelman. Como decía al comienzo, la obra de Levi constituye una fuente de información valiosísima para poder comprender el horror del nazismo.