
Asqueado y desengañado de tanto absurdo postureo y sinsentido, he decidido tomar una distancia prudencial (como solía hacer) respecto a cualquier ideología política y mental, sea del signo que sea. Y es que por encima de ideologías, por encima de banderas está la persona. No sé cómo reaccionar al ver a algunos defendiendo con tanto ahínco, pasión y efusividad la igualdad y el apoyo entre los miembros de un determinado colectivo (lgtbiq, etc.) o gremio (literario, pictórico, etc.) al mismo tiempo que les niegan esa visibilidad que reclaman a los que se supone que deberían apoyar, pero a los que lamentablemente consideran competencia en los juegos del hambre. Supongo que serán las paradojas del mundo al revés.
Pensar que en la actualidad las redes sociales han democratizado las posibilidades de triunfar mínimamente con la creación (investigadora y artística) propia es tan absurdo, falso e «ingenuo» como negar la pervivencia de la sociedad de clases o el infinito poder del dinero. Existen factores ajenos a la propia calidad de la obra que llevan a algunos— curiosa y paradójicamente a aquellos a los que se les llena la boca con el manido y políticamente correcto discurso de que los artistas debemos apoyarnos incondicionalmente entre nosotros—a invisibilizar y ningunear a los artistas emergentes, en definitiva, a los que intentamos sobrevivir en esta absurda vorágine de ególatras y narcisistas empedernidos, que solo buscan que les digas lo maravillosos y estupendos que son. Normalmente esos factores que condicionan el impacto y la repercusión que pueda alcanzar la obra son principalmente el dinero, el prestigio/titulitis (que conduce al amiguismo) y la envidia (que lleva a rechazar a aquellos que intentan darse a conocer sin ser todavía conocidos). En bastantes ocasiones, he podido comprobar y sufrir en mis carnes cómo a veces termina por imponerse una suerte de injusta selección natural basada en la maldad, en la idea de «no te voy a apoyar porque no eres conocido y no quiero que lo seas» o «no voy a darte me gusta a tu publicación, compartirla o simplemente darte la enhorabuena (a no ser que tengas ya prestigio, título, dinero o seguidores) porque eso aumentaría tu popularidad», y que en el fondo no hace sino poner en evidencia la profunda inmadurez, frustración, complejos y analfabetismo emocional de los que la practican.
Afortunadamente siempre afloran destellos de empatía y solidaridad en algunas personas (familiares, verdaderos amigos, conocidos e individuos mínimamente coherentes y consecuentes con aquello que dicen defender), que no te ven como un enemigo al que combatir/ignorar.
Quien te quiere, se alegrará de tus logros. Quien no, se entristecerá.