¿Hasta cuándo durarán las muestras de generosidad una vez que todo esto haya pasado?
No quiero sonar pesimista, simplemente constato un hecho y es que antes del confinamiento forzoso al que nos hemos visto obligados, antes de esos aplausos generalizados y buenrolleros dirigidos a todos esos profesionales que «velan» por nosotros, la sociedad ya era más clasista que nunca. Tampoco debería sorprender demasiado este hecho sobre todo teniendo en cuenta que, desde que somos unos micos, la sociedad, esa misma sociedad que ahora aplaude con tanta efusividad, no deja de bombardearnos con mensajes que segregan y que nos obligan a considerar como seres inferiores o de segunda categoría a aquellos individuos que no se han sacado el Bachillerato ni un título universitario, como si eso fuese la panacea, como si en eso consistiese vivir. «Si no vales, a FP» ¿O es que acaso no hemos escuchado repetir este mantra a muchos a los que ahora se les llena la boca asegurando que todas las profesiones son necesarias, pero que luego son los primeros en pensar que las personas que no han estudiado o no se han sacado una carrera universitaria son «peores»? Lo más llamativo y paradójico de toda esta hipocresía es que a veces las mismas personas que son víctimas de esa dinámica cruel que los relega son las mismas que contribuyen a ella con comentarios del tipo «¡Pero si ese ni tiene carrera!». En fin, el clasismo está presente en todas y cada una de las esferas de la vida, incluido el mundillo de las redes sociales donde solo los que tienen mayor número de seguidores son los que obtendrán un like, publiquen lo que publiquen sin importar la calidad (que ojo, hay gente con bastantes seguidores que publican cosas de alto nivel) ni que decir tiene si estos suben alguna publicación, con bebé, perrito o gatito incluido, a los cuales utilizan pues quién sería capaz de resistirse a dar un «me gusta» a tan tierna publicación. A lo que iba, antes de esos aplausos con los que pretendemos acallar el dolor y animar el ambiente sin querer reconocer el hecho de que lo que verdaderamente ayudará a todos esos profesionales (sanitarios, policías, ejército, personal de limpieza, reponedores, repartidores, recolectores, cajeros, basureros…) no será un efusivo choque de palmas ni «Sobreviviré» o el «Himno Nacional» puesto a toda pastilla sino la garantía de las medidas mínimas de seguridad y un sueldo digno, antes de todo esto, vuelvo a insistir, la sociedad era tan clasista como en el siglo XIX. También quiero aclarar que no me cabe duda de que aquellos que ponen la música, lo hacen de buena fe, con la mejor de sus intenciones, aunque sinceramente no le vea demasiada utilidad. En estos tiempos tan extraños y polarizados que corren es de agradecer además la emisión de programas como En primera línea donde se ponen en valor a todos esos profesionales olvidados. Esperemos que la revalorización de estas profesiones no caiga en saco roto cuando todo esto haya pasado.
Parece que nuestra existencia se dividirá a partir de ahora en «Antes de» y «Después del coronavirus». No obstante, cabría preguntarse si volveremos a esa estupidez clasista que reinaba antes y la respuesta que doy es que no me cabe la menor duda; muchos de hecho ni siquiera han llegado a abandonar ese estilo de vida que les llevaba a mirar con cierto desdén a la cajera que les atendía en el supermercado o al camarero que les atendía en la terraza.
Imagen original de @andrewfreeman27
Antes de este insólito escenario que jamás de los jamases hubiésemos imaginado ya vivíamos un aislamiento hacia nosotros mismos, de espaldas a los problemas ajenos. En las pantallas de nuestros televisores o en las de nuestros teléfonos móviles contemplábamos con cierta indiferencia y algo de frivolidad las desgracias acontecidas en países lejanos como Siria o Irak como si fuesen un capítulo más de algunas de esas series de Netflix o HBO que devoramos a diario desde esa tranquilidad que confiere la posición privilegiada del sofá. Tampoco había que irse demasiado lejos; las desgracias de nuestros compañeros de trabajo, familiares, vecinos, conocidos, personas cuyo dormitorio lo constituye un cajero, todas esas situaciones las seguíamos contemplando lejanas mientras no nos rozasen. Las preguntas que nos tendríamos que formular ahora son ¿Hemos cambiado realmente? ¿Acaso esta situación «catártica», como quieren verla algunos, nos ha hecho mejores personas reforzando nuestros vínculos interpersonales? ¿O tal vez sea que necesitamos buscarle un sentido trascendental a todo esto como que de aquí saldremos increíblemente resplandecientes y canonizados? Lo cierto es que si ahora surgen muestras de generosidad es porque todos, en mayor o menor medida, nos hemos visto de pronto y sin poder preverlo en un mismo lodazal, un charco oscuro (muchísimo más oscuro para unos que para otros pues no creo que mi situación y la de muchas otras personas que me leen sea equiparable a la de aquellos que conviven en espacios diminutos sin apenas libertad de movimiento). En cualquier caso, esta situación, como cuando se han producido otros desastres a lo largo de la historia nos ha recordado, de manera temporal, nuestra fragilidad y vulnerabilidad como seres que nos necesitamos unos a otros, al menos durante el tiempo que dure la pandemia.
El egoísmo y el ignorar e invisibilizar a los que destacan son actitudes que estaban, que siguen y que permanecerán ahí, pero también el cariño de los que realmente nos han amado y a los que hemos amado. Quiere esto decir básicamente que quien era cariñoso y solidario de verdad antes de esta crisis lo seguirá siendo después y siento decepcionar al afirmar que desgraciadamente quien era egoísta y antipático se mantendrá en dicho estado, si cabe un poco más acentuado.
Cada vez desconfío más de los aplausos. ¿Qué es lo que se está aplaudiendo realmente? ¿A unas personas a las que hemos colocado de manera absurda la etiqueta de «héroes» cuando precisamente ese es su trabajo (sin dejar de respetarles por ello)? ¿La falta de medidas de protección con la que combaten el virus a diario? En serio, si esto lo hubiese escrito Ionesco, diríamos que es teatro del absurdo. Cada vez desconfío más de las muestras «espontáneas» de generosidad que aparentemente no persiguen nada a cambio, concretamente de los gestos que nunca antes se habían producido (habrá habido personas incluso a las que esta crisis les haya servido para descubrir que tienen un vecino cantante y famoso, por ejemplo) porque lo cierto es que, salvando alguna excepción (que las hay), son gestos de cara a esa galería tan cotizada para obtener la atención de los focos, para recibir un reconocimiento a corto o largo plazo que se materializará en un aplauso o en un incremento de visualizaciones o likes porque eso es algo que no cambiará en esta sociedad materialista e hipócrita, lo mismo me da si es capitalista o comunista, y esto es el deseo insaciable de consumir y ser consumido por encima de todo. Somos zombies, vampiros cuya meta es devorar todo cuanto nos rodea para después volver a consumir y así sucesivamente.
¿Hasta cuándo durarán las muestras de generosidad una vez que todo esto haya pasado, cuando volvamos a nuestras vidas de ritmo frenético y la normalidad deje de parecernos algo extraordinario?
¿Hasta cuándo durará priorizar lo esencial frente a lo superficial…el amor frente a la indiferencia…la verdad frente a la apariencia? ¿Es que acaso hemos cambiado en estos pocos días? Que puede ser que sí, pero me decanto más a pensar que no pues, de la misma forma que el ser humano no tuvo ningún inconveniente en iniciar la Segunda Guerra Mundial después de los desastres de la Primera (e incluso de la misma gripe de 1918) o de comenzar la Guerra de Vietnam después de la Segunda o la de Irak después de la de Vietnam, ¿por qué habría de cambiar ahora, sobre todo, cuando esta pandemia se ha politizado hasta límites insospechados haciendo renacer, por desgracia, viejos rencores que nunca se marcharon y aquella lucha dialéctica y encarnizada (que hacía ya trasnochada) entre las dos Españas cuando precisamente este es el momento de remar todos en una misma dirección? Siento sonar tan drástico y pesimista. Sigo pensando que hay gente buena…o mejor dicho, no es que haya gente buena o mala al cien por cien, pero no queramos autoengañarnos pensando que de esta crisis vamos a salir todos hechos unos santos porque sería una grandísima y soberana mentira. ¿Es que acaso, como estudiante de oposiciones, no puedo dejar de ver sorprendido cómo compañeros de oposición, incluido yo mismo, estábamos más preocupados al inicio de la pandemia por el futuro de esas oposiciones, especie de «juegos del hambre», que por el de los muertos? «¿Pero seguirá habiendo oposiciones?», preguntábamos con ansiedad, yendo a nuestra bola sin tener en consideración el sufrimiento de otras personas sin rostro y sin nombres ni apellidos apiladas una detrás de otra en ese listado de cifras que los políticos y las naciones colocan en la palestra de nuestros televisores cada mañana como instrumento con el que poder «presumir» de ser el país que mejor ha sabido gestionar esta crisis. La competitividad sigue y seguirá cuando todo esto haya pasado. El «Yo soy mejor que tú porque tengo tal y cual» y el «tú eres peor que yo porque no tienes tal y cual» permanecerán ahí per saecula saeculorum.
Las crisis sacan lo mejor, pero también lo peor del ser humano. El camino del narcisismo basado en la comunicación a través de un intercambio de likes digitales encargados de acrecentar los egos dejaba entrever la brecha de Internet y, en general, la brecha de la sociedad. Antes de este aislamiento ya vivíamos interconectados, pero sin poder relacionarnos verdaderamente, inmersos en esferas invisibles, incapaces de abrir nuestro corazón por miedo a que un día nos lo pudiesen romper. ¿Seguimos igual? Sí. ¿Continuaremos así? También.
Tenemos miedo de vivir, miedo de amar y nuestra actitud se limita a mezclarnos con esa turba indeterminada de moscas, con esa masa informe donde un grupo de señores determina, en función de criterios que a veces se me escapan, quién merece el amor o el aplauso y quién el olvido o la indiferencia.
¿Hasta cuándo durarán las muestras de generosidad una vez que todo esto haya pasado?